miércoles, 13 de julio de 2016

Leyenda Urbana: "La sonrisa del perro"

Aviso: Esta leyenda urbana puede tener variaciones según la zona geográfica, si conoces otra versión compártela en los comentarios, será interesante.

Se dice que en un pueblo hace ya décadas vivía un cura el cual era amante de los animales, en especial de los perros. Junto a su casa tenía una gran perrera donde acogía a perros callejeros o dejados allí por sus dueños por que ya no tenían uso.



Una mañana llegó a aquella casa un conocido del cura junto con un perro viejo. Este le dijo que aquel perro ya no le era útil y que si no se lo quedaba no sabría que hacer con él. El cura accedió a quedárselo al ver que el dueño no cambiaría de opinión.

Al mediodía se disponía a alimentar a todos los canes de aquella casa. Todos los perros le procesaban gran amor casi rozando la adoración. Pero algo raro sucedió. Al llegar a la perrera de su nuevo inquilino e intentar acercarle su cuenco con la comida, la cruz que siempre llevaba al cuello se salió de su chaqueta, este se volvió loco y empezó a saltar y ladrar de una forma que nunca había visto.

Pasaron los días y el perro seguía mostrando aquel comportamiento feroz. El cura decidió llamar al antiguo dueño de aquel animal, este accedió a reunirse con él. Los dos se sentaron en el porche taza de café en mano. La pregunta fue, ¿Por qué no querías a este perro? Su respuesta fue:

(dueño)-Este perro fue domesticado para ser guía de personas ciegas, se le asignó a un joven para que lo acompañara pero este joven tuvo la mala suerte de morir en un accidente de tráfico.

(cura)-¿Y después que pasó?

(dueño)-Se le asigno a otra persona, esta vez algo más mayor, pero también tuvo la mala suerte de caer por unas escaleras y romperse la crisma.

(cura)-Después ya me lo trajiste, ¿no?

(dueño)-No, le decidimos dar una última oportunidad, esta vez probemos con una mujer. Pero...

(cura)-¿Pero qué?

(dueño)-Ella solo recuerda que le pisó una pata sin querer y este se le abalanzó y le arrancó media cara de un mordisco.

El cura tras aquellos relatos despidió al dueño con un apretón de manos y la promesa de que volverían a hablar. Se sentó y miró hacía las perreras. Se levantó y preparó la comida para aquel perro, con la única diferencia de que esta vez el menú contaba con matarratas.

Ya delante de la perrera este pasa el cuenco por debajo y el perro se puso a comer, pero eso no fue lo que le heló la sangre, mientras comía el perro levantó la cabeza y con una gran sonrisa se le quedó mirando.

Esa sonrisa decía: "Me has pillado"




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